viernes, 17 de mayo de 2013



                                                               Callejones del Perchel.


Pasados unos años desde aquella última vez en que la Cofradía pasó por estas calles, la apatía de los vecinos y la indiferencia municipal hizo que el deterioro y el abandono se aplicaran sobre las casas y el entorno urbano, consecuencia de lo cual una sensación de decrepitud irreversible se adueñó de todo y de todos.
Aquel cambio en el itinerario valió para muchos como indicio de que en cierta manera se abría un periodo de marginalidad de impredecibles consecuencias, ya que puesto a espaldas del resto de la ciudad, el barrio fue lentamente disolviendo su pasado en un olvido sin remisión posible. La historia demostró con su terca sabiduría que aquellos que todavía conservaban los retazos honrosos de su malograda historia fueron rápidamente sustituidos por un aluvión de amorfa sensibilidad y costumbres desajustadas. Cabe suponer que fruto de aquella diáspora - y a pesar del tiempo transcurrido -, habrá supervivientes que mantengan  en sus corazones aún con vida los momentos de gloria y dignidad del barrio y sus gentes.
Por de pronto ya no volverían los Jueves Santos a hacer florecer balcones y ventanas y a iluminar el rostro de niños y ancianos ante la proximidad de ese día en que todo parecía recobrar una identidad propia y que serviría para el resto del año como acicate para sentirse bien consigo mismo, justo hasta el día en que empezaran un año más a montar el tinglado a la vera de la Iglesia y volviera a las tiendas y negocios el cartel que anunciara la Salida Penitencial inmediata.
Hoy, ya caducas y abatidas esas efemérides, la sucesión de años sin la renovación de esa sustancia participada fue causa añadida para la invocación de miserias y decepciones particulares y colectivas.
Sin embargo, la anciana que todavía mantiene florida su maceta de geranios, la que a pesar de los vientos contrarios que sacuden la precaria realidad de sus alrededores, al oír los desterrados sonidos del Jueves Santo a eso a de las siete de la tarde en la lejanía inaccesible de la plaza nueva, acudirá a duras penas a apoyarse en la deslucida baranda de su balcón, con la esperanza de que este año sí, este año podrá tocar con la punta de sus dedos el palio de la Dolorosa, su vecina de toda la vida, la que conoce cada rincón de su alma y las desdichas y alegrías - las menos - que la habitan.

1 comentario:

  1. He sentido nostalgia de lo no vivido. A veces pasa. ¿Se puede olfatear un pasado irreversible? No sé...
    Gracias.

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