jueves, 30 de mayo de 2013
Senda de relevos.
Antes que nosotros formáramos parte de una ausencia interrumpida
estaban la luz y las cimas del horizonte
y en los espejos se asomaban incrédulos
los que imaginaron un futuro sin ellos.
Ellos,
los que aplaudieron el paso de sus años
sin olvidar que traspasados sus últimos momentos
todo acabaría en nuestras manos.
Manos en la hondura de un tiempo que resuelve sus preguntas
haciendo que sean nuestros labios
los que hoy las repitan sin cansancio.
Los mismos que ascendieron y en la pira solemne del ocaso
vieron la tarde hermosa de la muerte.
Los mismos que ofrecieron su talento o su infortunio
con la ingenua fragancia de un éxito insignificante.
Los que coronaron sin aliento, los victoriosos, los que nunca llegaron a sus metas:
nosotros mismos
que inundados aún por la sabiduría de los que nos precedieron
sin saber siquiera sus nombres,
ni la razón que les impulsaron a obedecer sus delirios o sus certezas,
confiamos de nuevo
en unas mismas y portentosas fuerzas
que al fin y al cabo
nos conducen a sus mismos destinos.
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